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Un sentimiento de justicia equilibrado: difícil pero necesario
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La
relación de ayuda o "
counselling" es una
práctica terapéutica donde una de las partes
promueve en la otra el desarrollo y maduración de sus capacidades para enfrentar la vida de manera más adecuada (Carl Rogers).
Este tipo de relación profesional, está enfocada a resolver crisis de la vida cotidiana sin necesidad de recurrir a la psicoterapia y puede darse entre dos personas o entre una persona y un grupo.
Esto sucede, por ejemplo, en la relación entre el profesor y sus alumnos, un médico y sus pacientes o entre un líder y su equipo; si de lo que estamos hablando es de desarrollar personas integras y no meros profesionales "competentes" pero desalmados.
A diferencia del coaching, la relación de ayuda explora la subjetividad y se centra en la reflexión, es introspectiva. Mientras que el coaching define un objetivo claro y se centra en la acción, es extrospectivo. Lo que ocurre es que la membrana que separa ambas prácticas es tan fina y porosa que a menudo se traspasa sin la formación adecuada, dejando un rastro de tierra quemada que no beneficia a nadie.
En las organizaciones, los problemas o conflictos laborales entre compañeros entorpecen el trabajo, creando un impacto negativo en el desempeño. En estos casos, la actitud de querer ayudar en la solución se nos dispara casi automáticamente, mucho más cuando son compañeros o colaboradores que apreciamos quienes están pasando por dificultades y queremos aliviar su dolor.
Siempre lo hacemos con buena intención pero, a menudo, con resultados inciertos.
Entonces...
¿Qué es lo que hace que una relación sea efectivamente de ayuda y facilite el desarrollo y el cambio?
Para responder a esta pregunta, hay que poner la atención en el intercambio que se da cuando entramos en contacto con otra persona; entre lo que damos y lo que tomamos, entre el valor subjetivo de lo que damos y el valor subjetivo de lo que recibimos y que va configurando en nuestro interior un pequeño libro de contabilidad emocional donde anotar los debes y los haberes en esa relación.
Un cierto sentimiento de justicia difícil de medir objetivamente y poder comparar; aunque íntimamente todos sabemos cuando experimentamos deuda y cuando somos acreedores.
Cuando este principio de equilibrio entre las partes se rompe, las bases para establecer una buena relación de ayuda se resienten y esto sucede generalmente por tres motivos (*):
Uno pretende dar lo que no tiene y otro pretende tomar lo que no necesita. O cuando uno exige del otro algo que éste no le puede dar porque no lo tiene.
Por ejemplo, ofrecer ayuda terapéutica sin saber cómo o recibirla sin estar suficientemente motivado. Dar consejos a quien no los pide es el modo más sencillo de meterse en lios.
Uno da mucho, tanto que asume el papel que le correspondería al otro. O también, cuando uno da tanto que el otro no puede tomarlo y devolver algo similar sin perder su dignidad.
Imagínate que alguien te hace un favor tan enorme que si lo aceptas, sabes que nunca se lo podrás devolver a no ser que te arruines o mantengas una actitud obediente y sumisa como compensación.
Digamos que los pequeños favores unen y los muy grandes, a veces, separan.
Esta situación, de dar mucho más de lo que la otra persona nos puede devolver, es peligrosa. Porque nos coloca en la posición de "salvador" y en lugar de ser la solución al problema, lo perpetúa o lo agrava.
Uno pide mucho, exige mucho, pero toma poco o nada, de tal modo que nunca estará en deuda, y esa actitud de autosuficiencia le da derecho a continuar exigiendo y reclamando sin piedad.
En este caso, librarse del problema de la deuda nos impide participar en el intercambio social y nos coloca en una posición de aislamiento y control sobre los demás. Nos convierte en "perseguidores".
Las tres recomendaciones
A partir de estas actitudes erróneas, una guía para las relaciones humanas sería:
1. Darle al otro aquello que es capaz de tomar y puede compensar o devolver sin perder su dignidad.
2. No aceptar aquello que nos va a crear una deuda tan grande que jamás podamos devolver.
3. Aceptar las circunstancias de cada uno y solo intervenir hasta donde ellas lo permitan.
Es posible que estas recomendaciones sorprendan a quienes han descubierto en su "pasión por ayudar" el objetivo de su reinvención profesional, pero ayudar a otros no es tarea fácil.
Ayudar es un trabajo que nos remite directamente a la relación con nuestros padres y a repetir modelos de autoridad o cuidado que pudieron no haber sido del todo adecuados.
Los padres estamos dispuestos a dar por nuestros hijos casi todo, y los hijos así lo esperan. Estas expectativas son necesarias y buenas, pero solo mientras sean pequeños. A medida que crecen, debemos aprender a poner limites y decirles que NO.
¿Está bien frustrar lo que esperan nuestros hijos? ¿Significa que somos malos padres cuando lo hacemos? ¿Está bien frustrar determinadas expectativas de nuestros colaboradores? ¿Significa que somos malos compañeros o directivos cuando lo hacemos?
En determinadas circunstancias, los adultos que buscan ayuda, pueden esperar que quienes se la ofrecen actúen con ellos como lo haría un padre con su hijo y estén dispuestos a darles casi todo (o mucho más)
Cuando la expectativa no se cumple, el "ayudador" se expone a graves reproches y ataques.
Sin embargo, en determinadas circunstancias, es precisamente esa contención en la respuesta la que les ayudará a liberarse de la dependencia "paterna", madurar y empezar a actuar bajo su propia responsabilidad.