En el tiro con arco: misticismo para liderar la flecha
Cuenta el filósofo Herrigel en su libro "Zen en el arte del tiro con arco", que después de cuatro años de práctica y estudio del Kyūdō (弓道:きゅうどう?) su maestro Awa Kenzô le pidió, a modo de última prueba, que tirase a una diana situada a sesenta metros de distancia.
- ¿Cómo debo sostener el arco para alcanzar esa distancia? -preguntó Herrigel.
- Tire como de costumbre, sin preocuparse del blanco.
Intrigado, protestó:
- ¡Pero... habrá que apuntar, a pesar de todo! ¿no?
El maestro hacía oídos sordos e insistía en que no apuntase. Que no pensase ni en el blanco ni en alcanzarlo, en definitiva, que no pensase en nada:
- Solo tienes que tensar el arco, le dijo, hasta que la flecha salga disparada. Hay que dejar que la cosa se haga.
Ante el estupor de Herrigel, el maestro le arrebató el arco y lo tensó al máximo. Y la flecha salió disparada alcanzando el centro de la diana.
-He cerrado los ojos lentamente hasta que el blanco se me ha hecho borroso, le dijo al discípulo.He tenido la impresión de que se aproximaba a mí, cosa imposible si no estas concentrado. Si el blanco y el tirador consiguen ser Uno, entonces, cuando la flecha sale disparada del centro entra en el centro. No es necesario apuntar hacia la diana, sino hacia uno mismo.
A pesar de la explicación, Herrigel no entendía nada y continuaba afanándose en apuntar con destreza a la diana. Entonces, el maestro, con tono severo le dijo:
-Si quiere solo técnica para tirar con el arco, yo no puedo hacer nada por usted.
Yo no soy más que su maestro espiritual.
En el Zen hay que practicar y practicar sobre uno mismo, sin meta ni espíritu de provecho. No se trata de competir, sino de encontrar paz y dominio de sí. Ese es el objetivo del Zen. Ahora bien, la mayoría de la gente siempre quiere alcanzar algo, conseguir algo, busca tener en lugar de ser.
Solo después de años de práctica y cuando hubo comprendido la importancia de la concentración en el ritual de tiro, Herrigel abandonó su apego a la técnica y pudo por fin lograr el blanco.
En la dirección de personas: misticismo en el liderazgo
Casi cien años después, en su libro "El desafío del liderazgo" , Kouzes y Posner, no descubren nada nuevo. Después de un estudio exhaustivo de miles de testimonios y encuestas a lideres exitosos concluyen:
La herramienta del liderazgo es el yo y el dominio del arte del liderazgo proviene del dominio del yo. Un ingeniero tiene ordenadores; un pintor, un lienzo y pinceles; un músico, instrumentos. Un líder solo se tiene a sí mismo. Convertirse en el mejor líder posible significa convertirse en tu mejor yo posible. Y este desarrollo personal no implica absorber una gran cantidad de información ni probar la última técnica. Es cuestión de sacar lo que está en tu alma. Liberar al líder que hay en tu interior. Y todo empieza mirando hacia dentro.
Para aterrizar la idea, nos desvelan cinco prácticas y diez compromisos que los directivos de éxito utilizan para conseguirlo.
Liderar, según ellos, no es cuestión de personalidad sino de comportamientos y las cinco prácticas están a disposición de cualquiera que asuma el desafío del liderazgo.
Sin mencionar una metodología o técnica concreta, el estudio enumera las pautas de actuación para una buena gestión humana en las organizaciones.
Los autores describen un conjunto de modelos de liderazgo, de carne y hueso, impregnados de una fuerte tonalidad moral: si os comportáis como decimos, marcareis la diferencia. Nada distinto a la monserga habitual que vocean algunos expertos sobre el tema.
Aquí, como en el caso del arquero, se insiste en la experiencia interna y el compromiso del principiante, como requisito para un liderazgo ejemplar. Para convertirse en el líder que se aspira a ser hay que dedicar tiempo a conocerse, y ademas, tomárselo en serio. Por este motivo, el desarrollo del liderazgo es fundamentalmente desarrollo personal.
Si bien ha estado siempre unido a la planificación y la acción, es curioso ver como aspectos místicos tan alejados de la razón como la meditación, la visualización o la conexión profunda con valores y creencias personales, pueden ser herramientas terapéuticas poderosas para que el liderazgo apunte hacia objetivos más nobles y motivadores, que de verdad importen, con mayor determinación y enfoque.
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