martes, 19 de diciembre de 2023

Ni el liderazgo ni la dirección son ciencias exactas


Seis estilos y cuatro áreas donde enfocar la gestión


A diferencia de la física o las matemáticas que se basan en leyes y principios precisos, la dirección de equipos implica tratar con personas diversas, cada una con sus propias experiencias, personalidad y motivaciones. Los seres humanos somos inherentemente complejos, maniáticos y no siempre nos comportamos de manera predecible.

Además, el entorno y las circunstancias donde se ejerce el liderazgo están en constante cambio. Nos vemos afectados por multitud de factores que pueden variar rápidamente. Esto hace aún más difícil establecer reglar fijas y exactas para todas las situaciones. 

Para reducir esta incertidumbre, los modelos de gestión pueden ser útiles, al ofrecer un marco estructurado de conceptos que nos pueden servir de guía en momentos difíciles. Los modelos proporciona una base para tomar decisiones informadas, identificar problemas y aplicar estrategias o comportamientos que han demostrado ser exitosos en el pasado. Aunque no por ello son infalibles. 

Estos modelos destacan las habilidades clave que los directivos deben desarrollar y promueven la consistencia en el ejercicio del liderazgo. Cuestión especialmente importante en entornos empresariales donde la coherencia en la toma de decisiones y la aplicación de políticas de recursos humanos homogéneas puede contribuir a un entorno laboral más estable. 

Lo cierto es que la distancia entre una supervisión del trabajo diario del equipo y el liderazgo inspirador es abismal, y puede conceptualizarse a través de un continuo que abarca diferentes estilos de gestión. 

Diferentes estilos de gestión

Mientras que en un extremo, el liderazgo se centra en construir una visión estratégica atractiva y promover una cultura  organizativa que guíe hacia los objetivos; en el otro, los directores ponen el foco en la eficiencia, la planificación y la supervisión minuciosa de las operaciones diarias. 

El liderazgo es inspirador y la dirección es práctica, le pone los pies en la tierra.

Muchas empresas están sobredirigidas e infralideradas


Dirigir implica gestionar tareas personas

En su máxima expresión, el microgestor mantiene un alto nivel de control sobre las tareas de los empleados. Tiende a supervisar minuciosamente el trabajo de su equipo. Le cuesta delegar. Suele dar instrucciones específicas y poner atención en el desarrollo de cada una de las fases del proyecto. A la vez, este estilo de gestión tan cercano, favorece el contacto emocional con los empleados, permitiendo al directivo conocer en todo momento el estado de sus necesidades. 

Si bien este nivel de intromisión puede ser beneficioso en ciertas situaciones, como cuando se trabaja con personas con escasa experiencia o en proyectos de alto riesgo, también puede conducir a falta de autonomía, perdida de confianza y desmotivación entre los empleados.  

Liderar tiende a ser lo opuesto

La macrogestión tiene que ver más con el liderazgo visionario, con la figura del estratega carismático amado y temido por sus seguidores. En la empresa familiar, esta figura la encarna el fundador. 

Los macrogestores se rodean de personas de su confianza. Les permiten que se hagan cargo de su trabajo, que tomen decisiones independientes y rindan cuentas al terminarlo. Su foco está en los grandes objetivos estratégicos. En crear referentes culturales que muestren cómo se hacen las cosas en la organización que lidera. Todo ello, sin inmiscuirse en detalles, lo que permite al equipo trabajar con autonomía en busca de sus propias soluciones. 

Este estilo de gestión fomenta la creatividad, la innovación y el sentido de pertenencia entre su gente.

El liderazgo efectivo a menudo radica en encontrar un equilibrio adecuado entre los dos extremos.

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