miércoles, 15 de octubre de 2025

El drama del formador en liderazgo que no sabe callar


 Cuando uno se enciende escuchándose a sí mismo, la voz del grupo se apaga.

Corrían los años setenta, cuando en el colegio (de curas) nos llevaron, en fila de uno, a un aula donde un joven misionero nos hablaría del liderazgo de la institución en tierras lejanas.


Cuál fue mi sorpresa que al entrar, me encontré una sala sin más mobiliario que unos cojines y unas mantas desordenadas por el suelo y la cálida voz de la joven promesa espiritual ordenando que nos sentásemos en círculo a su alrededor. 

He de decir que al fondo había una guitarra española de la marca “Alhambra”que desentonaba con la austeridad del recinto (a pesar de estar afinada, como pudimos comprobar más tarde), pero que daba un aire folclórico y distendido a la escena. 

El joven apóstol había pasado años entre las tribus del amazonas mejorando sus infraestructuras y ahora estaba destinado a divulgar su labor de liderazgo entre los indígenas a las congregaciones que lo solicitaban.

Lo más curioso fue que no empezó con un monólogo, como era de esperar, sino con preguntas al aire que al principio crearon un silencio sobrecogedor, pero que más tarde se convirtieron en leña para un montón de conversaciones. 

En esa época, nadie tenía la costumbre de debatir cara a cara y mucho menos cuestiones ajenas al contenido formal de la asignatura que tocaba, y en este caso, las preguntas iban dirigidas a nosotros y a nuestro mundo interior. 

Por no tener, no teníamos ni vocabulario emocional para describirlo.

Sin embargo, la cosa terminó asombrosamente bien. 

Y fue tal la impresión que me causó el predicador (que no hablaba) y de su arte para moderar y conducir las conversaciones, que podría situar en ese momento el nacimiento de mi interés por la psicología y los grupos.

Así que, cuando me encuentro con formadores dando charlas a un grupo de alumnos sentados en círculo, me alegro.

Y a continuación os explico por qué. 

Cuando el formador decide una disposición tan arriesgada como el círculo, está haciendo mucho más que despejar el espacio y mover o quitar sillas. Está lanzando un mensaje simbólico ancestralprofundamente arraigado en la experiencia humana.

En las primeras comunidades, el fuego era el centro de atención. Ha sido fundamental para la supervivencia y el desarrollo humano. Y a su alrededor se han compartido historias, aprendizajes y se han tomado grandes decisiones.


⭕️ El círculo, 
rompe jerarquías, 
iguala miradas y 
distribuye el poder del aprendizaje por igual.

Es un gesto sencillo, 
pero profundamente transformador… 


Siempre que se acompañe de la 𝗮𝗰𝘁𝗶𝘁𝘂𝗱 𝗰𝗼𝗿𝗿𝗲𝗰𝘁𝗮.✅

Porque si el formador se sienta en círculo, 
pero sigue actuando como en una clase tradicional:
  • de pie y alejado,
  • dando la turra sin descanso o
  • hablando la mayor parte del tiempo, 
  • apostillando la solución desde su rol de autoridad…
🔥El fuego que lo anima se apaga y
el círculo se convierte en puro 𝗽𝗼𝘀𝘁𝘂𝗿𝗲𝗼 𝗽𝗲𝗱𝗮𝗴ó𝗴𝗶𝗰𝗼.

La forma cambia, pero el fondo sigue igual.

𝗘𝗹 𝘃𝗮𝗹𝗼𝗿 𝗱𝗲𝗹 𝗰í𝗿𝗰𝘂𝗹𝗼 está en lo que implica: 

🔆𝘤𝘦𝘥𝘦𝘳 𝘦𝘭 𝘱𝘳𝘰𝘵𝘢𝘨𝘰𝘯𝘪𝘴𝘮𝘰
🔆𝘧𝘰𝘮𝘦𝘯𝘵𝘢𝘳 𝘭𝘢 𝘦𝘴𝘤𝘶𝘤𝘩𝘢
🔆𝘢𝘯𝘪𝘮𝘢𝘳 𝘭𝘢 𝘳𝘦𝘧𝘭𝘦𝘹𝘪ó𝘯 𝘺 
🔆𝘤𝘰𝘯𝘧𝘪𝘢𝘳, 𝘴𝘪𝘯 𝘢𝘯𝘴𝘪𝘦𝘥𝘢𝘥 𝘯𝘪 𝘱𝘳𝘪𝘴𝘢, 𝘦𝘯 𝘦𝘭 𝘱𝘳𝘰𝘤𝘦𝘴𝘰.

En esa disposición, 
el formador ya no es “𝘦𝘭 𝘲𝘶𝘦 𝘴𝘢𝘣𝘦 𝘮á𝘴 ” 
sino quien facilita el proceso de saber,   
quien ayuda a que las voces se encuentren y 
sea el grupo quien construya su propio aprendizaje.

Además, el círculo invita a otro ritmo. 

No busca correr para cubrir contenidos, 
sino detenerse para comprenderlos.
No busca la verdad revelada sino 
la verdad compartida.

Por eso, cuando un formador elige el círculo, debería 𝗵𝗮𝗰𝗲𝗿𝗹𝗼 𝗰𝗼𝗻 𝗰𝗼𝗻𝘀𝗰𝗶𝗲𝗻𝗰𝗶𝗮:
no como un recurso estético que está de moda, 
sino como un acto de 𝗰𝗼𝗵𝗲𝗿𝗲𝗻𝗰𝗶𝗮 𝗲𝗻𝘁𝗿𝗲 𝗹𝗮 𝗳𝗼𝗿𝗺𝗮 𝘆 𝗲𝗹 𝗳𝗼𝗻𝗱𝗼
entre lo que se enseña y cómo se enseña.

Porque en la formación en liderazgo, 𝙘𝙪𝙖𝙣𝙙𝙤 𝙪𝙣𝙤 𝙨𝙚 𝙚𝙣𝙘𝙞𝙚𝙣𝙙𝙚 𝙚𝙨𝙘𝙪𝙘𝙝𝙖𝙣𝙙𝙤𝙨𝙚 𝙖 𝙨í 𝙢𝙞𝙨𝙢𝙤, 𝙡𝙖 𝙫𝙤𝙯 𝙙𝙚𝙡 𝙜𝙧𝙪𝙥𝙤 𝙨𝙚 𝙖𝙥𝙖𝙜𝙖.

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