domingo, 19 de octubre de 2014

El arte de mantenerse en pie frente a la incertidumbre y ser humilde













He llegado un par de horas antes. Me han indicado la sala y asignado un ayudante para adecuar el mobiliario a mi gusto: colocar las sillas en círculo, las mesas de apoyo, el rotafolios, pegar los paneles en las paredes y las cintas al suelo, distribuir los tacos de notas, los rotuladores de colores... El espacio ha de ser diáfano, amplio, fácil de entender y lo suficientemente abierto como para moverse sin dificultad por él, libremente, sin ningún permiso.

La idea es reunir a un grupo de personas significativas, por la información que manejan y diversas, por su localización dentro de la organización, para reflexionar y descubrir las acciones necesarias que convertirán la organización actual en una organización de (con) futuro.

Mantenerse en pie


Mientras espero, me imagino que muchos sabrán sobre el tema más que yo y eso me tranquiliza. Ellos serán quienes tomen la iniciativa de activar las conversaciones y polinizar con sus propuestas al resto del grupo.

La verdad es que por mucho que prepare un guión, no siempre sé lo que tengo que hacer cuando suelto la consigna y permanezco en silencio mientras el ambiente se carga de energía. Por suerte, una vez superada la ansiedad inicial, siempre hay quien se hace cargo de la tarea y los grupos, poco a poco, van cogiendo forma. 

Aspiro a mantenerme en pie, sereno frente a la incertidumbre y participar solo cuando percibo que la gente huye de las tareas o luchan constantemente entre ellos.

También imagino que cada uno tendrá detalles interesantes que contar sobre su trabajo y que habrá tiempo suficiente para explicarlos y dar sentido al compromiso de las personas con su departamento y el conjunto de la organización. 

Lo que persigo con la práctica es acertar en el diseño. Acertar es hacer coincidir el esfuerzo de cada uno de lo asistentes con el placer de participar. Que sientan que ha valido la pena.

Al poco tiempo empieza a llegar la gente, como por goteo, algunos solos, otro charlando en pequeños grupos. Todos observan con curiosidad la sala y cada uno ocupa un lugar a su gusto. El espacio presenta una topografía dibujada por simpatías, los más conocidos se apiñan en zonas comunes y hablan, otros se sientan solos y callan.

He preparado un ejercicio sencillo y muy estructurado para que no incomode emocionalmente. Nadie tendría que sentir que estoy invadiendo su privacidad y mucho menos sus sentimientos íntimos. 

Afrontar los conflictos del pasado no forma parte de la agenda de hoy. La tarea, y solo la tarea, de hacer explícito y plasmar en un documento común un determinado conocimiento desde distintos ángulos de la organización.

Ser humilde


A su hora, puntual, llega el promotor del evento. Se nota que es la persona de mayor rango de la organización porque muchos se acercan a saludarle y otros detienen la conversación para cruzar la mirada con él y hacerse ver. Me dice que tiene poco tiempo y que tan solo quiere conocer el ambiente y presentar la jornada. Me comenta que para este encuentro anual, que ya es costumbre, han pasado otros formadores y consultores y que alguno les hizo cantar y bailar e incluso ponerse una nariz roja de esas de payaso. Me horrorizo al pensar lo frágiles que somos cuando aceptamos, sin cuestionar, cualquier propuesta formativa que se lanzan desde la dirección. Que vulnerables somos ante una variedad de consignas que aunque divertidas, no terminamos de sacarle punta en el trabajo.

El rango de una persona en un grupo se manifiesta en el grado de aceptación de sus propuestas, por muy ridículas o absurdas que sean. Se muestra también en el grado de libertad para abandonar la sala en cualquier momento o ser el centro de atención al permanecer en ella. Lo exhiben el político y el directivo cuando se retiran tras presentar un acto público o el formador cuando impone su criterio en una discusión.

El rango implica diferencias de poder y está presente en cualquier organización, porque en ellas, todos tenemos más o menos en función de:
  • El lugar que ocupamos en el organigrama.
  • La relación personal o familiar que mantenemos con la propiedad, el fundador o el poder político.
  • La riqueza económica que exhibimos. 
  • Los estudios y especializaciones que tenemos. Las personas con educación superior pueden pensar que los que tienen menos educación son estúpidos o inmaduros.
  • El género. Los hombres suelen pensar que tienen más rango que las mujeres
  • La experiencia. Los veteranos piensan que los nuevos son ignorantes y demasiado atrevidos.
  • La raza. Los de raza blanca pueden pensar que saben comportarse mejor que los gitanos, africanos, negros,...
  • La localización geográfica. Hay quien puede sentir que es más importante pertenecer al hemisferio Norte que al hemisferio Sur.
  • La estética. Aquellos que visten con traje de chaqueta y corbata pueden considerar la formalidad  en el vestir como un requisito para aceptar la autoridad de otros y oponen resistencia a quienes van de forma desaliñada. 
Las personas que olvidan su rango no se dan cuenta de lo que dicen o hacen y actúan con total naturalidad. Sin embargo, quienes resultan afectados por esa actitud no comprenden la prepotencia de este comportamiento y les puede resultar desagradable.

Las personas que conocen su rango saben que gran parte de su poder no les pertenece y no puede ser compartido. Como dice Arnold Mindell: "Son humildes y en su humildad se sienten bien consigo mismos, pues el rango es tanto una medicina como una enfermedad'.

Mostrar humildad en un grupo no es olvidarse del rango que se tiene, sino ser conscientes de él y de las interferencias que estos privilegios suponen.

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